martes, 6 de diciembre de 2011

Cuento Ganador

A continuación el cuento de Mónica Ampuero, alumna de la Carrera de Publicidad Sede Plaza Vespucio, con el cual obtuvo el segundo lugar en el 16º Concurso de cuentos DuocUC.
Amor a primera vista
Fue en un conocido café santiaguino. Mientras bebía un capuccino y fumaba un cigarro, divagaba entre pasajes de libros olvidados, canciones del pasado, perdía en pensamientos que no lo llevaban a ninguna parte. Estaba ansioso por la cita. Trataba de no hacerse expectativas, pero era inevitable luego de algunos días de perfecta sintonía con una extraña que lo hacia soñar. Al fin la conocería, al fin podría mirar sus ojos y comprobar sus verdades, sus mentiras, los miedos que la atormentaban...En eso, abrió la puerta del café y junto a la luz de aquel cálido atardecer, entró Lucía. Tal como lo había dicho, llevaba puesto un vestido azul de satín, que combinaba perfecto con sus ojos, el pelo al viento le daba un aire de realeza. Estremecido ante tanta belleza, Steffano pensó en lo afortunado que era por el solo hecho de poder tener ante sus ojos a esa mujer de avasalladora naturaleza. Era lo que se había imaginado y mucho más. Ella lo buscó con la mirada hasta que sus miradas se cruzaron. Él se levantó de su asiento en gesto amable y caballeroso, que le nació de manera automática, mientras las manos le sudaban y comenzaba a invadirlo un calor nervioso. Con un tembloroso beso en la mejilla, la saludó y le acomodó la silla que se encontraba en un rincón, junto a la ventana. Como toda primera conversación, estuvo marcada por la torpeza de los gestos, el darle mil vueltas antes de hacer una pregunta, tocarse el pelo, mover la taza, cambiar la posición de los cubiertos de la mesa, ordenar las migas de pan del mantel, etc. Pero transcurrida la primera media hora, ya se sentían más cómodos y pudieron hablar con más soltura. Conversaron largo rato sobre sus vidas, mientras él intentaba no perderse ningún detalle. La observaba con atención. Le gustaba lo volátil de su mirada cuando se perdía en el caminar de algún transeúnte o un auto que pasaba. Durante un par de horas, hablaron de su pasado, presente y los proyectos del futuro. Lucía le contaba sus pasatiempos. Era profesora de yoga y en sus tiempos libres, cultivaba un incipiente interés por coleccionar piedras, cosa que a Steffano le pareció fascinante solo por el hecho de ser algo extraño, como él. Steffano por su parte, lo contó sobre su carrera como fotógrafo, sus viajes por el mundo y su afición por la pintura, también le habló de una colección que guardaba celosamente. Cuando Steffano mencionó ser fotógrafo, despertó en Lucía, la naturaleza narcisista humana inevitable por pedirle que le tomara fotos. Entonces fue la oportunidad del nervioso caballero para acordar una segunda cita, pero esta vez en su departamento. Steffano no pudo sacársela de la cabeza esa noche. Sus formas tan delicadas, sus maneras tan simples pero sensuales a la vez, lo dejaron cautivado. Sólo esperaba que llegara el día siguiente para verla nuevamente y poner a prueba todas aquellas palabras que no pudo decir por nervios. Solo esperaba impresionarla. Pasó la noche sin dormir pero se levantó con más energía que nunca. Se esmeró y con éxito creó un exquisito y llamativo plato para el almuerzo. Ansioso porque pasara rápido el tiempo, comenzó a ordenar su departamento, se bañó y una hora antes, estaba listo. Su rigurosidad en la limpieza, el orden y la hora, eran implacables, nada podía salir mal. Sonó el timbre unos minutos después de la hora acordada, que fueron una eternidad para Steffano, pero al abrir la puerta, todo lo ensayado, todo, absolutamente todo, se le escapó de las manos. Lucía se veía más hermosa que nunca con aquel blanco vestido. Él quedó pasmado y medio aturdido la invitó a la mesa y comieron entre risas y anécdotas. Ya terminada la ceremonia de la comida, se fueron al balcón, donde mientras observaban el correr de la ciudad, el tiempo se detenía para ellos en una copa de vino y el humo del cigarro. Las palabras sobraban entre ellos, estaban conectados, en una misma sintonía. Él solo se dedicaba a observarla y ella dejaba que lo hiciera. Lucía entró a buscar algo que nunca buscó en su bolso. Estaba en eso cuando sintió las manos tibias, firmes y decididas de Steffano recorriendo en subida sus muslos. Su cuerpo comenzó a ser energía, electricidad. Una sensación de estar a punto de estallar la invadió cuando entre sus suaves caricias y violentas intenciones, los dedos de Steffano cayeron en lo más profundo de un abismo. No alcanzó a girarse por completo cuando Steffano la levantó fuerte de las piernas y la llevó hasta la alfombra. Ambos sumidos en una fiebre que solo se calmaba con la unión de sus lenguas, se enredaron en una pasión descontrolada que cesó con un largo gemido de Lucía y el cuerpo de Steffano sobre el pecho de ella. Hubo silencio mientras fumaban hasta que Lucía lo miró, lo besó en la frente, buscó una polera roñosa que encontró en un sillón y se paró. Volvió al rato y con la mirada comenzó a recorrer el departamento. Sus ojos se detuvieron con atención en el fondo de un cuarto mientras Steffano la observaba con atención. Era algo así como un mini estudio, donde en las murallas, habían fotos de mujeres, muchas mujeres, algunas desnudas, otras en aparentes escondidas capturas. Ella se acercó a observarlas de cerca y Steffano caminó tras ella de manera sigilosa. Lucía se volteó hacia él y le dijo: "¿Así que esta es tu colección?. Son mujeres muy bellas, debes sentirte muy afortunado...". En eso Steffano le tomó una foto que capturó de manera perfecta la sonrisa distraída de Lucía y ella con los ojos un poco confundidos por el flash, de la cámara, sonrió distraída. Se volvió nuevamente hacias las fotos e insistió con la pregunta, al ver que Steffano no le respondió..." Así que eres coleccionista de mujeres." Steffano se le acercó al oído y le dijo "En realidad no colecciono fotos. Soy coleccionista de rabias, iras y amores olvidados...". Cuando Lucía intentó girarse, un plástico cubrió su cara mientras luchaba por respirar. Steffano la asfixiaba y susurraba al oído: "... estas mujeres me han marcado por diferentes motivos. Lo único que tienen en común es que todas me han abandonado por variadas razones, se van, son pasajeras. Sólo buscan satisfacer su ego mientras las fotografío... Las cosas no son así Lucía, no puedes dejar a alguien cuando esa persona se ha entregado a ti de manera sincera. Por eso tú, tú no te irás de mi lado, te quedarás conmigo". Para ese entonces, Lucía ya no luchaba y se rindió sin pulso en la alfombra. Steffano, tal cual hiciera un ritual, le tomó algunas fotos a la macabra escena y besaba con desesperación el cuerpo inmóvil de Lucía. Terminado esto, fumó un cigarro y una euforia inexplicable recorrió su cuerpo. Entre el jazz a todo volumen, se dispersaban los enloquecidos gritos que lanzaba a las murallas. Se golpeaba la cara y reía sin razón. Saltaba y se movía de una manera muy extraña. Un par de minutos duró aquella escena de horror y descontrol. Entonces llegó la calma, la confusión, hasta incluso se podría decir que la culpa asomó su mejilla por un instante. Se dirigió al baño a mojarse la cara. Cuando levantó la cabeza, miró al espejo y con lápiz labial decía: "Nunca creí en el amor a primera vista. Te amo Lucía"

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